

INTRODUCCIÓN
Frente a geografías tan dispares como la costa veracruzana de Temporada de huracanes (Fernanda Melchor, 2019) y la Seúl metropolitana de La vegetariana (Han Kang, 2007), ambas novelas vuelven sus focos, implacables, sobre la misma grieta: el cuerpo femenino como zona de conflicto donde el patriarcado escenifica y renueva su soberanía. Mi objetivo es demostrar que, aun partiendo de tradiciones narrativas distintas, los dos textos comparten tres vectores temáticos —cuerpo, deseo y medicalización— que revelan mecanismos convergentes de violencia y, a la vez, abren fisuras para la resistencia.
La metodología se inscribe en la tematología comparada trabajada en el Módulo 1 de la asignatura: identificar un haz común de motivos y seguir su despliegue, atendiendo al cruce entre género, clase y colonialidad. A ello añado la perspectiva femino-decolonial propuesta por Teresa Iribarren y Jordi Serrano —para quienes la crítica literaria debe «subvertir los parámetros tradicionales mediante la mirada interseccional»— y la lectura política de la violencia que formula Rita Laura Segato.
- CUERPO: espacio de inscripción de la violencia (y de la fuga)
La primera irrupción violenta de Temporada de huracanes es absoluta: «Habían encontrado el cadáver flotando en el canal de riego» (p. 36). El cuerpo de la Bruja aparece ya consumido, convertido en mensaje para el pueblo, y rematado con saña: «guió la cuchilla… una vez, y luego otra» (p. 149). Ese exceso sangriento confirma la tesis de Segato: el feminicidio funciona como acto performativo de control colectivo, un «espectáculo de subyugación» (p. 90).
El relato coreano invierte la lógica: Yeonghye no es víctima pasiva, sino fuente de disrupción cuando declara, ante el estupor empresarial: «No como carne» (p. 26). El gesto, mínimo y doméstico, desordena el código alimentario que sostiene la jerarquía familiar, emparentando la ingesta con la violencia y precipitando la lenta evaporación de su cuerpo: «adelgazó como una bailarina de ballet y, finalmente, se quedó en los huesos como una persona enferma» (p. 22). Cuando sueña «me empezaron a nacer hojas en el cuerpo y también me salieron raíces de las manos» (p. 107), la metamorfosis literaliza la fuga del régimen antropocéntrico que Segato diagnostica como pirámide invertida sustentada en un cuerpo de mujer.
Iribarren define la violencia simbólica como disciplina interiorizada que garantiza la continuidad del poder. Ambas novelas exhiben esa pedagogía: la matanza de la Bruja enseña a las demás mujeres qué les espera fuera del guion; la inanición de Yeonghye dramatiza el precio (médico, laboral, familiar) de negar la obediencia alimentaria y sexual.
No obstante, los cuerpos generan contrapedagogías. La Bruja, aun aniquilada, sigue susurrando en el rumor popular, haciéndose saber oculto que erosiona la racionalidad del pueblo. Yeonghye, por su parte, convierte la pasividad vegetal en gesto político: si la violencia se legitima comiendo, su negativa absoluta suspende la cadena trófica humana y fuerza a la familia a confrontar su propio carnivorismo.
- DESEO Y SEXUALIDAD: del anhelo al castigo
En el entramado patriarcal, el deseo nunca es neutro: funciona como moneda de cambio, dispositivo de control y, en ocasiones, detonante de la violencia más extrema. Tanto Temporada de huracanes como La vegetariana despliegan la sexualidad femenina —real o atribuida— como un tema central que moviliza las acciones de la comunidad y desencadena los castigos contra las protagonistas.
En la novela de Melchor, el deseo se filtra por la misoginia popular que sexualiza a la Bruja y, a la vez, la demoniza. Brando recuerda cómo Luismi y él urdieron el homicidio repitiendo la consigna: «Entiérraselo en el cuello […] una vez, y luego otra, y una tercera vez más, por si las moscas» (p. 149). La brutalidad sexual —el “cuchillo” penetrando— subvierte cualquier frontera entre erotismo y violencia: se asesina como se penetra, y se penetra para confirmar la dominación. Esa confusión entre coito y castigo aparece antes, cuando la comunidad rumorea que la Bruja «todavía lloraba por Luismi» y se «pasaba preguntando por él y extrañándolo» (p. 144). El deseo, atribuido a la Bruja como falta de pudor, legitima su linchamiento: la víctima es culpada por desear.
En La vegetariana, el deseo se desliza hacia la patologización: Yeonghye, tras abandonar la carne, es contemplada por su cuñado artista como un objeto erótico: «No estaba tan delgada […] sus pechos se veían suaves y turgentes […]; más que despertar deseo, era un cuerpo que apetecía quedarse contemplando» (p. 64). La mirada objetualiza el cuerpo, pero inmediatamente la familia lo corrige con violencia; la escena del almuerzo culmina cuando el padre intenta forzarle carne en la boca y Yeonghye ruge «¡¡Dejadme!!» (p. 66). Aquí, la sexualidad femenina se confunde con apetito: comer carne equivale a aceptar la libido masculina; rechazarla es rechazar tanto la carne literal como la simbólica del patriarcado.
Si atendemos al glosario de Iribarren y Serrano, la sexualidad implica «pensamientos, fantasías, deseos, creencias» que atraviesan lo biológico y lo social (p. 141). La violencia de ambas novelas opera justo ahí: en regular qué fantasías son admisibles y cuáles merecen sanción. Melchor muestra la sanción por “exceso” de deseo (la Bruja como bruja‐lujuria); Kang, la sanción por “defecto” (Yeonghye, que deja de desear la carne y, por extensión, el coito).
Importa subrayar la dimensión decolonial del tema. La Bruja encarna una erótica que mezcla brujería, mestizaje y resistencia popular; su sexualidad marginal desafía la moral católica heredada del colonialismo —motivo por el cual la comunidad varonil la “purga”. En Corea del Sur, la negativa de Yeonghye resuena contra el confucianismo y el capitalismo del samgyeopsal: la carne como símbolo de éxito económico y vigor masculino. Cuando ella se abstiene, desacredita la virilidad que sustenta la meritocracia nacional.
Finalmente, el deseo se vincula a la reproducción. Norma, embarazada, recurre a la Bruja para abortar: «…pujó hasta sentir que algo se le reventaba» (p. 109). El útero deviene campo de batalla donde la comunidad legisla; la Bruja, mediadora de ese deseo reproductivo, paga el precio máximo. Por contraste, Yeonghye vegeta hasta borrarse como “vientre útil”; su tránsito hacia la clorofila es una huelga de vientre que niega descendencia al linaje patriarcal.
Así, las novelas coinciden en revelar que sexualidad y violencia son vasos comunicantes dentro del sistema patriarcal: tanto el exceso libidinal como la abstinencia radical son castigados. Sin embargo, en ese mismo intersticio surge la resistencia: la Bruja trastoca el deseo ajeno volviéndose mito, y Yeonghye convierte su propio cuerpo en un enclave vegetal inaccesible al deseo depredador. Ambas gestan, desde la carne vilipendiada, una contrasexualidad que amenaza con desbaratar el lenguaje mismo de la dominación.
- MEDICALIZACIÓN Y NECROPOLÍTICA: instituciones que disciplinan el desvío
Tercer vector: el paso de la violencia simbólica al dispositivo institucional. Melchor no recurre al hospital, pero sí a la necropolítica popular: la asamblea no escrita que decide el ajusticiamiento de la Bruja suple la ausencia estatal, confirmando, como advierte Segato, que la justicia misógina opera donde el Estado es débil, reproduciendo la jerarquía.
En La vegetariana la desviación se retiene en el pabellón psiquiátrico: «Los pabellones del sanatorio se levantan solitarios bajo la lluvia… las ventanas cubiertas de barrotes» (p. 112). El cuerpo disidente es atado a suero, medicado y obligado a comer; la propia hermana implora: «Si me prometes que comerás, te sacaré de aquí» (p. 129), convirtiéndose en brazo doméstico del biopoder foucaultiano. La patologización confirma la definición de Iribarren: violencia institucional que disciplinariza la diferencia bajo la apariencia de cuidado.
Sin embargo, la respuesta de Yeonghye no es claudicación sino un deseo de desaparecer en la clorofila: «¿Le habrían brotado ramas infatigables de su cuerpo?» (p. 140). La fantasía arborescente sublima la necropolítica: mejor ser vegetal que sujeto abierto a la explotación. En la Bruja, la misma lógica adopta forma espectral: incluso muerta, su cadáver polucionado recorre el imaginario del pueblo, corrompiendo la fantasía de una comunidad pura.
CONCLUSIONES (provisorias)
La lectura comparada confirma que Temporada de huracanes y La vegetariana se entrecruzan en tres ejes temáticos que condensan la maquinaria patriarcal contemporánea:
- Cuerpo – espacio donde la violencia se ejecuta y, paradójicamente, desde donde se gesta la fuga: el cadáver exhibido de la Bruja y la metamorfosis vegetal de Yeonghye corporizan sendas pedagogías del terror y de la resistencia.
- Deseo y sexualidad – variable regulada con saña; la Bruja es castigada por un supuesto exceso libidinal, y Yeonghye, por abstenerse de la carne simbólica y literal. Ambas novelas revelan que el patriarcado se mantiene criminalizando cualquier deseo que no afiance el orden, ya sea por desbordamiento o por negación.
- Institución – órgano de disciplinamiento (asamblea justiciera, hospital psiquiátrico) que legitima el castigo bajo los ropajes de la moral o de la ciencia, en línea con la necropolítica descrita por Segato e Iribarren.
Pero los textos no solo registran el daño: proponen contramundos simbólicos. La Bruja sobrevive como mito que infecta la imaginación colectiva; Yeonghye convierte su propio cuerpo en enclave vegetal, inasible para el deseo depredador. Al narrar esos desvíos, Melchor y Kang obligan a repensar —desde México y Corea— cómo la literatura puede horadar la naturalización de la violencia y, al mismo tiempo, modelar gramáticas de resistencia que cuestionan los cimientos mismos de la dominación patriarcal.
BIBLIOGRAFÍA
- IRIBARREN, T., & SERRANO, J. (2023). Literatura y violencias machistas. UOC.
- ISARCH, A. (2019). Temas de literatura contemporánea (Módulos 0 y 1). UOC.
- KANG, H. (2007). La vegetariana. Rata Books.
- MELCHOR, F. (2017). Temporada de huracanes. Literatura Random House.
- SEGATO, R. L. (2016). La guerra contra las mujeres.
Debatecontribution 0en Borrador de ensayo comparativo: Temporada de huracanes (Fernanda Melchor, 2019) y La vegetariana (Han Kang, 2007)
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Borrador Ensayo PEC»:
Cuerpos que resisten, violencia y locura en Carcoma y La vegetariana.
Analizar la voz femenina en la literatura contemporánea nos permite abordar la perspectiva de autoras situadas en contextos culturales disímiles, pero al mismo tiempo nos posibilita la comprensión de los puntos de encuentro a través de temas que trascienden el espacio y la localización, como el poder del patriarcado, el cuerpo femenino, la opresión y la violencia de género y las masculinidades que la sustentan. Las novelas La vegetariana de Han Kang (2024) y Carcoma de Layla Martínez (2021) nos trasladan a formas de vida que transitan por estas dimensiones desde contextos culturales muy diversos, entre la Corea del Sur contemporánea o la España rural posfranquista, pero con una convergencia temática considerable: mujeres que, mediante el silencio, el deterioro o la locura, resisten las formas normativas de género impuestas por estructuras patriarcales, sociales y simbólicas.
Ambas obras de la literatura contemporánea, desde la perspectiva de la tematología, nos sumergen en la exploración del cuerpo femenino como batalla, la locura como forma de resistencia y las masculinidades negativas como instrumento de opresión estructural. Temas que a su vez trazan las líneas de encuentro entre los arquetipos y símbolos, entre estos dos relatos, a través del análisis de figuras universales como el cuerpo culpable, el patriarcado opresivo o la mujer disidente. Veremos cómo ambas novelas despliegan las formas de una resistencia corporal al orden patriarcal, mediante figuras femeninas marginadas, que utilizan el silencio, la locura o la supuesta abyección como formas radicales de disidencia simbólica, centrándonos así en tres temas fundamentales: el cuerpo femenino como espacio de poder, control y violencia, la locura como resistencia, en el que nos encontramos con el arquetipo de la “mujer loca” o “bruja”, la mujer peligrosa que rompe con la lógica racional del deber ser del comportamiento femenino, ambos estereotipos y violencias perpetuadas a través de las masculinidades negativas que se convierten en el instrumento de la opresión estructural.
Diversas son las manifestaciones de violencia sobre el cuerpo de las mujeres, la violencia del encierro en ese mundo privado del hogar, la violencia del padre que controla, la violencia del marido que decide, la violencia del patriarcado que juzga, la posesión del cuerpo como territorio entre muchas otras formas de opresión, incluso las violencias psíquicas que se convierten en cuerpo, en odio, en enfermedad. El cuerpo de las mujeres, retomando las palabras de Viñuela Suárez (2020),
ha sido a lo largo de la historia, un territorio sobre el que se han librado numerosas batallas en torno a los significados de la feminidad y a la posición que ocupan las mujeres en cada sociedad (pág. 104), […] La violencia de género, las violaciones, la mutilación genital femenina, la prostitución, etc. son agresiones que se ejercen sobre el cuerpo vivo de las mujeres de todo el mundo. (pág. 113)
En Carcoma, la novela hace explícito cómo el cuerpo de las mujeres es objeto de múltiples formas de violencia simbólica, doméstica y social; cuando la abuela cuenta la historia de su madre y de su vida, en esa casa que las encierra y de la que ella sabe que ni ella ni su nieta saldrán nunca, asegura que su padre “no le había regalado aquella casa [a su madre], la había condenado a vivir en ella. [La casa] se había construido sobre el cuerpo de aquellas mujeres y se mantenía sobre el de mi madre” […]“Aquí se te caen los dientes y el pelo y las carnes y a la que te descuidas te andas arrastrando de un lado para otro” (Martinez, 2021, pág. 26). El cuerpo es oprimido encerrado y controlado, el cuerpo es el de su madre y ella misma, pero también el de todas las mujeres prostitutas del negocio de su padre. El cuerpo de todas las mujeres se oprime y controla, tanto vivas como muertas en la casa de Carcoma.
En La vegetariana (Kang, 2024), por su parte, el cuerpo se vuelve campo de batalla cuando Yeonghye decide dejar de comer carne como forma de negar la normatividad patriarcal que la consume. Su cuerpo pasa por una transformación y deterioro autoinfligido que se podemos leer como resistencia, pero es un cuerpo que todos quieren controlar, para que vuelva a la normalidad, al camino de lo establecido, y en ese sentido, la familia, los médicos, el marido, quieren hacer que ese cuerpo sea el de siempre, el que debe ser.
Esto nos sitúa a su vez en el lugar de la violencia psicológica, que no solo se ejerce hacia las mujeres, sino que determina socialmente la subjetividad psíquica de las mujeres en la sociedad, de acuerdo a cómo se sitúen sus cuerpos en ella. La locura de las mujeres se convierte en otro espacio de opresión, en la cultura patriarcal “son verdaderamente locas aquellas mujeres que, por su imposibilidad, desobediencia, o rebeldía, transgreden las cualidades de la feminidad (Lagarde, 2005, pág. 770). Las mujeres fallidas, según Lagarde (2005), actúan y viven la parte negativa de la feminidad y del mundo, cuando no cumplen con su deber ser, dictado desde la racionalidad patriarcal. Sin embargo, lo interesante de las novelas que estamos analizando, es que sus creadoras usan la idea de la mujer fallida no como un juicio, sino como una forma de lucha, una forma de soltar las formas de coerción cultural y social a las que están sujetas.
En La vegetariana, Yeonghye es considerada loca por su familia por negarse a las convenciones sociales y patriarcales, atender como se debe a su marido, comer carne como se debe de acuerdo al mandato social. En Carcoma, la locura se hereda, se transmite Las sombras de la casa se les meten dentro a las mujeres, la abuela y la nieta, se les enredan en las entrañas y no pueden arrancárselas (Martinez, 2021), el pueblo lo sabe, son las brujas, las indecentes, las pobres las peligrosas. Pero Yeonghye, es peligrosa por su silencio, su delgadez extrema y sus alucinaciones. Pero en ambos casos, no se trata de enfermedad o locura, sino en formas de subversión contra los discursos dominantes sobre el cuerpo femenino, en conocimiento alternativo, como una forma de venganza y de encontrar un lugar en el mundo. Las autoras retoman el imaginario de “la mujer fallida” para mostrar la lucha de las mujeres por deslocalizar o localizar un lugar en el mundo, para subvertir los lugares que el padre, el marido, el violador, el patriarca han definido.
Bajo este escenario, es importante hablar del ese otro gran tema que es parte funcional de este entramado de las vivencias de las mujeres protagonistas de las dos novelas, y son esas masculinidades negativas, que se convierten en el instrumento para perpetuar las violencias y opresiones propias de las estructuras patriarcales, como lo mencionamos al principio. Para Kaufman (1997, pág. 35) existe en la vida de los hombres una extraña combinación de poder y privilegios, dolor y carencia de poder, […]gozan de poder social y de muchos privilegios, pero la manera como hemos armado ese mundo de poder causa dolor, aislamiento y alienación tanto a las mujeres como a los hombres. Las formas de masculinidad, o esas masculinidades variables y contingentes, se basan en el poder social de los hombres, pero son asumidas de manera compleja por hombres individuales. (Kauffman, 1997, pág. 65)
Siguiendo este hilo, en Carcoma, podemos recordar de nuevo cuando la abuela cuenta la historia de su madre: “Si mi madre había pensado que era mejor que las demás, mi padre le bajó la soberbia a golpes” (Martinez, 2021). Pero al mismo tiempo el patriarca queda atrapado el un muro que él mismo construye, por cobardía y abuso, se enconde en la casa para huir de la guerra, pero “la mujer fallida” de su esposo lo encerró en el cuarto de su huida: enyesado y calado a la pared para siempre. Por otro lado, el esposo de Yeong-hye representa la masculinidad funcionalista que la reduce a una figura decorativa. Su desaprobación por su decisión alimentaria no tiene que ver con salud, sino con el rol de esposa obediente que él espera, rol naturalizado y exigido por su propio padre que la ataca con violencia y desdén.
La vegetariana de Han Kang y Carcoma de Layla Martínez, desde contextos culturales distantes, convergen en una crítica profunda a las estructuras patriarcales que moldean, disciplinan y violentan los cuerpos de femeninos, que se encuentran a través del silencio, la enfermedad, la abyección y la supuesta locura, sus propias formas radicales de resistencia frente a un sistema que no ofrece otras vías posibles de escape. Ambas novelas sitúan al cuerpo femenino como el lugar en el que se inscriben, no solo las agresiones visibles, sino también las violencias simbólicas y psíquicas que configuran el devenir de las protagonistas. Bajo la mirada de la tematología, estas dos obras nos permiten reconocer patrones universales en la representación del poder patriarcal, así como pensar la literatura no solo como reflejo, sino como herramienta crítica, para poner en cuestión temas persistentes cómo el género, el cuerpo y el poder, y cómo se articulan en la ficción contemporánea revelando los conflictos no resueltos de las estructuras sociales actuales.
Referencias
Viñuela Suárez, L. (2020). El cuerpo femenino como campo de batalla. Indumenta: Revista del Museo del Traje(3), 104-114. Obtenido de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7771870
Federici, S. (2010). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación orginaria. Buenos Aires: Tinta Limón.
Hernández Alonso, R., & Raquel Oli, S. (2021). Introducción. En A las malas. Desobediencia y rebeldía como transgresión femenina en la literatura. Granada: Comares.
Kang, H. (2024). La Vegetariana. Bogotá D.C.: Penguin Random House.
Kauffman, M. (1997). Las experiencias contradictorias del poder entre los hombres. En FLACSO (Ed.), Masculinidades: poder y crisis (págs. 63-81). Santiago de Chile: Isis Internacional.
Lagarde, M. (2005). Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas. Universidad Nacional Autónoma de México.
Martinez, L. (2021). Carcoma. Titivillus.